Y el rayó siete paredes y exhalo todo su desconsuelo, regreso a donde había comenzado su trazo e implementó sus pinceladas, las lleno de odio porque se odiaba a sí mismo, y esta vez la letra salió negra y manchó la blancura de sus amores. Hasta no rebozar sus recuerdos y teñirlos de fiebre depresión no descontinuó su empresa.
Tinta negra con tonos rojos, contaminada de la desilusión postergada que encuentra al verse finalmente solo y condenado a la existencia.
Sus uñas brotaron sangre pues su arte era humano, humano pasión o rojo encendido que impregnaban el aire de tristeza celeste o verde agonía.
Muchas palabras murieron esa noche, y el día resplandeció con un nuevo vocablo, Odio de mar.
Y los tritones rezaron las mareas, y las sirenas cantaron sentencias fúnebres para aquellos sentimientos que deberían ser acarreados por las corrientes. Karma inmundo de la naturaleza, tener que cargar con la amargura de los hombres.
Sus uñas pinceles y próceres de su obra, bravas y agravadas por la severidad de sus trazos recuperaron forma con el ir y venir del sol sobre el muro de su maldición.
El tiempo se encargo de erosionar esos terrenos donde el amor había crecido alguna vez.
De ahora en adelante todo seria baldío como el terreno donde el ego devoró los frutos del inocente despertar.